“Hay un placer en la locura que sólo los locos conocen”
John Dryden (1631 – 1700)
Poeta, dramaturgo y crítico inglés.
Los primeros cinéfilos de la ciudad, deben recordar perfectamente a Elpidio Vicente González. Era el hombre que pintaba con precisión de orfebre, los anuncios de las películas que se exhibían en el pueblo. La pared de la esquina del cine Plaza y las vallas en tela, eran los medios utilizados para anunciar los próximos estrenos. Los cartelones de láminas de zinc, que se fijaban en los postes de la electricidad y en sitios estratégicos, indicaban las películas en cartelera. Yoel Torrealba, administrador del cine Plaza y el Girardot, lo contrató como portero en las funciones de 7 y 9 PM de esta última sala. Bs. 2 diarios – durante el día mataba sus tigritos pintado avisos a los comercios locales – El buen comportamiento, lo hizo merecedor de un ascenso. Portero del cine Plaza, con un salario de Bs. 5 diarios. Esa incursión en las salas de cine se convirtió en una forma de vida. Fue su trabajo hasta que cerraron los cines tradicionales a finales de la década de los años 90. Los avances tecnológicos los dejó en el camino. Tristes recuerdos.
Cuando Elpidio llegó al cine Plaza, trabajaban como operadores, Antonio Vargas y Cesar Rojas, quien era el pintor oficial de ambas salas de cine. Un buen día, el administrador, Yoel Torrealba, se le acercó y le preguntó ¿El aviso de la Zapatería La Linda lo pintaste tú? Respondió afirmativamente y entonces lo invitó a probar pintando los anuncios de los estrenos cinematográficos. Le entregó una tela, un afiche de la película “La Estrella”, protagonizada por Yuli Anderson y le dijo que la trabajara. Lo hizo y al entregar el encargo, Torrealba quedó tan impresionado y admirado de su destreza, que le tomó fotos, las envió a Caracas y, como Cesar Rojas, renunció para irse a vivir a Margarita, lo nombraron pintor oficial de los cines Plaza, Girardot y más tarde del Cristal (Antes Miranda), que la familia Bonaguro, le compró a José “Pepe” Escrivá. Otro ascenso.
Las vallas y la pared del cine Plaza, Elpidio González, las pintaba quincenalmente. Los cartelones de los 3 cines eran diarios. En esas tareas tuvo la oportunidad de viajar a Cantaura para hacer las vacaciones del pintor del cine Universo y hasta el estado Monagas, para cubrir las ausencias del encargado de pintar los anuncios del Autocine Maturín. En la década de los 90, se inició la decadencia de los cines en la ciudad. La amplia sala del cine Plaza, fue reducido y, para sobrevivir a los gastos, una parte la alquilaron a la Iglesia Universal del Reino de Dios “Pare de sufrir”, que con el tiempo y, una vez que cesó la proyección de películas, la ocupó en su totalidad. Héctor Bonaguro, insistió por un tiempo con el cine San José, ubicado frente a la plaza Bolívar de El Tigrito, dónde dejó como encargado a Elpidio González. En el año 1999, colgaron los guantes. Cerraron definitivamente y los cines se despidieron de la conurbación Tigre-Tigrito, para reaparecer en su versión moderna, en el San Remo Mall, del exitoso promotor inmobiliario, Mario Orsini Jr., el popular Popeye. Esa es otra historia.
Elpidio Vicente González, propietario de una larga ranchera azul, recuerda que antes de llegar a trabajar en los cines, muy joven, se escapó de la casa, llegó a pie al río Caris para bañarse en esas, para entonces, limpias y cristalinas aguas. En lo que el reloj marcó las 2PM, el hambre lo atropelló, decidió regresar. En el camino se introdujo en un fundo, dónde habían unas matas de mango cargaditas. Empezó a bajar mango, con la intención de comerse algunos y traer otros a casa buscando, amainar el regaño y la pela que la mamá, que no le permitía salir sin permiso, seguro le daría ¡Sorpresa! Le llegó un señor armado de un machete. Era el comisario del caserío y lo conminó a bajarse. Estaba en una propiedad del señor Dimas La Rosa y no tenía autorización para cosechar esos mangos. Lo agarró, lo trajo al pueblo y lo puso a la orden del jefe de la comandancia de la policía, el andino José Octaviano Méndez Pernía, que lo dejó detenido. El agente, Alberto “El mocho” Ravelo, le colocó un cartón, al lado del pedestal de Virgen del Valle, le dio una cobija y allí durmió. El otro día le dieron libertad. La propiedad privada se respeta (ba). A buen entendedor…
Estando detenido conoció a los ordenanzas, Quiroz y Ramírez, con los cuales hizo amistad, después del susto de la detención, siempre los visitaba, ayudaba y acompañaba a las diligencias que les encomendaban y las cuales consistían en ir comprarle a los jefes, agentes, personal administrativo y los presos, algunos suministros alimenticios. Todo lo adquirían en la panadería San Antonio, que estaba ubicada en la calle Girardot, en la parte posterior del galpón, dónde funcionó el cine Bolívar. En los primeros días del año 1958, el ordenanza Ramírez se retiró y el prefecto Fernández Amparan, le dio la vacante. En esas actividades como ordenanza, conoció a muchos adecos que estaban presos, entre ellos a Gregorio “Goyo” Bonilla, cuyo delito consistía en haber firmado un manifiesto solicitando la libertad del líder adeísta, José Mercedes Santeliz Peña, un señor de apellido Marrón y otros tantos presos políticos, así como también a los presos comunes con los cuales compartían el mismo espacio físico en el reten. Muchacho ingenuo, sin malicia política, pero interesado en levantar los reales, sirvió de correo de los presos políticos, llevando cartas, no sólo en El Tigre, sino también en Cantaura y Pariaguan, por cuya diligencia, le pagaban Bs. 10. Esta actividad las hacía en bicicleta y los destinatarios, agradecidos también le daban propinas y le atendían muy bien. Los presos comunes, le reportaban alguito, para que les comprara ron y anís. No discriminaba a la hora de servir a los detenidos. Un aliado de todos y para todo.
Una noche en el retén, se presentó una tángana entre los presos. Los agentes de guardia se percataron que estaban borrachos, sofocaron la riña y cuando entraron, se toparon con varias botellas de Anís. Hubo una averiguación y Elpidio fue descubierto. La Seguridad Nacional, le confiscó el velocípedo como castigo. En la noche, aprovechó un descuido, agarró su bicicleta, se montó, huyó y llegó a una casa cerca del Colegio San Antonio, que le indicó el señor “Goyo” Bonilla, dónde había unos amigos dispuestos a ayudarlo. Era la casa del señor Antonio Ramos, había una reunión clandestina y, entre otros, recuerda que estaba don Francisco Latan. La conspiración contra la dictadura vivía un gran momento. Elpidio desconocía totalmente cual era el rollo, sólo buscaba ganarse la vida, cuestión que aprovecharon los conspiradores, para proponerle un trabajito. Le ofrecieron Bs. 200, (un realero en ese momento), para que le colocara una bomba molotov de fabricación casera, al vehículo del jefe de la Seguridad Nacional, Marcial Peña Peña, que poseía un Buick último modelo de color negro y vidrios eléctricos. Único en el pueblo. Elpidio estaba resteado, botado y limpio. Aceptó el trabajo. Bs. 100 adelante y el resto cuando concluyera trabajo. Un típico atentado
En jefe de la Seguridad Nacional, visitaba todas las noches una casa, ubicada en la calle Ricaurte, al lado del Hotel Intercontinental, edificio que hoy ocupa el Partido COPEI y se retiraba bien tarde de la noche. El 19 de enero de 1958, Elpidio, Agarró la bomba, se fue a pie, se escondió exactamente, detrás de dónde hoy funciona la Casa de la Mujer. Espero el momento oportuno y procedió. Llegó sigilosamente, abrió una puerta, se metió, sacó la bomba y cuando estaba listo para encenderla, trato de abrir para salir y no encontraba la manilla. El miedo lo invadió y en uno de los manotazos, le dio a una palanquita y la puerta abrió, salió corriendo, dejó la bomba en el cojín sin encenderla y como pudo llegó a la casa del señor Antonio Ramos, no le abrieron, le gritaron de adentro que se retirará, continúo la carrera, tomó hacía los tanques negros y ya en la madrugada lo encontraron y pusieron preso. El 21 de enero, Antorcha, tituló “Trataron de quemar el carro del jefe de la Seguridad Nacional” Elpidio entonces, se percató que estaba metido en tremendo rollo y limpio ya que los 100 bolos los perdió en la huida. Lo pusieron a la orden del esbirro de la S/N y jefe de torturas, Aníbal Astudillo. No llegaron a declararlo y menos torturarlo porque el 23, cayó la dictadura y mientras el salía en libertad, veía a los verdugos de la S/N, que iban entrando al reten en calidad de presos. ¡Sorpresas te da la vida!
Elpidio pasó el susto, soportó la pela de la mamá y, como ellos eran oriundos de Irapa-estado Sucre, dónde había nacido el 4 de marzo de 1935, como producto de la relación entre, Rafael Jiménez y Estilita González. Una tía, como castigo y para que no se metiera más en problemas, a los 5 días lo mandó para su tierra natal, bajo la responsabilidad de su tío Neris Jiménez, que junto a un hermano, se dedicaba a vender verduras desde esas fértiles tierras, hasta el pueblo de El Tigre, en un camión de su propiedad. Un año estuvo en ese trajín. En uno de esos tantos viajes, se quedó y fue a visitar al señor Gregorio “Goyo” Bonilla, que era el encargado de una turbina de agua en La Charneca. “Goyo” lo atendió muy bien, lo conectó para trabajar a destajos con el señor Vicente Duarte, el hombre que distribuía el querosén y el gasoil. El primer encargo fue pintar en los tanques, las letras Inflamable y capacidad Elpidio tenía vocación y destrezas para la pintura. En sus cortos estudios de primaria, deslumbraba a los maestros de la escuela “Cova Maza”, cuyo director era Alberto Itanare y sus maestras Jesusita Sifontes, Gladys Arcia e Hilda Moreno con sus habilidades pictóricas. En lo que pasó a cuarto grado, la escuela “Cova Maza”, la mudaron al Tigrito, bajo la dirección de la maestra, Josefina Padrón. Elpidio concluyó el 4to. año, en la escuela Estado Trujillo. No pudo continuar, la troja estaba altísima, se retiró y se dedicó a trabajar como Office boy, primero en Trajes Muñoz ubicada en la calle Miranda, propiedad del señor Ricardo López Cardier y cuyo sastre era, Antonio Muñoz. A los 2 años cerró. Luego laboró en Almacenes Paris, de los hermanos Yamal, ubicada en la calle Ayacucho entre las calles Bolívar y Guevara Rojas. 2 años y también desapareció. Otra vez desempleado y en la calle.
En ese tiempo, un vecino del callejón Libertad – se había mudado con su mamá desde la calle Ribas dónde habían llegado desde Sucre – el señor Obsadón Alcántara, lo invitó a vender manzanas en el cine Bolívar. Vendía una caja de 36 unidades a Bs. 0,50 en los matinée (4PM). A los 2 meses, conoció a don Modesto García, propietario de La Casa Clemenceau, que se dedicaba al empeño de prendas y venta de lotería. Le ofreció trabajo, aceptó y hombre le dijo “tienes que familiarizarte con el perro que es el guardián en las noches” lo hizo y una vez, amigo del can, le entregó la llave de 4 candados, para que abriera y cerrara las puertas del negocio, que albergaba muchas joyas preciosas y billetes de loterías. 5 años estuvo laborando para este empresario que murió, según revela, internado un asilo de ancianos en España, dónde se fue con una fortuna, se casó y luego cuando llegó a viejo, lo abandonaron. Otra historia. Elpidio, obtuvo su primera bicicleta, en esa época. Había una gran cantidad empeñadas, que nunca las rescataron. Eran propiedad de la casa de empeño. Le gustó una, habló con el señor García, quien se la vendió a crédito por Bs. 50. La canceló en 2 partes. Un día le dio una loquera, se fue a las 7 AM para Cantaura en la bicicleta, llegó a las 11 AM. En la ruta botó las llaves de los 6 candados y cuando el señor Cleofe Quesada León, encargado de la Casa Clemenceau, se enteró de la gracia, ipso facto, lo botó. Quedó en la calle, mamando y loco. En esas condiciones, se embarcó con los Hermanos Luís y Simeón Castillo en una camioneta, para trabajar como bonguero, con un jornal de Bs. 10, cada 3 días. Viajaban por El Tigrito, la Leona y caseríos circunvecinos a vender alimentos y otros productos de primera necesidad. Fueron 2 años de constantes viajes, que alternaba con su fiebre por el ciclismo, hasta que renunció. No aguantó la mecha.
Pedro Prado, quien era su compañero de practicas en el deporte del pedal, lo llevó a la Estación de Servicio ROYAL, del señor Ramón Ron Padilla y su distinguida esposa América Bajares, para que pintara en una pared el caballo Pegaso, emblema de la MOBIL. Le quedó perfecto. Pulso y amor. Esa bomba de gasolina tenía un amplio terreno que utilizaban como estacionamiento y para prestar servicios generales a los vehículos, trabajo 2 años, época que inició actividades en los cines, etapa que describimos al principio de de este destellos. En estos tiempos de revolución, Elpidio, quien tiene casado con Anita Zapata 41 años, disfruta del descanso del guerrero, sus hijos América (+), Ana, Vicente, Olga, Francia ya le han dado la felicidad de contar con 6 nietos y hoy, su única entrada monetaria, es la bien ganada pensión del Seguro Social Obligatorio. Una vida dedicada al trabajo y un exiguo ingreso de retiro. Así son las cosas.
Elpidio Vicente Gonzáles, un personaje que reconoce el placer de sus locuras, con una larga historia que abreviamos por razones de espacio, pero que bien vale la pena, que cuando nuestros eximios cronistas, historiadores e investigadores, decidan escribir la verdadera y autentica historia de esta pequeña urbe, que nació al calor de la industria petrolera, el 2 de febrero de 1933, junto a las demás personas, sitios y negocios que mencionamos, los incluyan en el disco duro de la memoria histórica de la ciudad. ¡Vale la pena!