“¿Es que ha visto usted algún
censor que no sea tonto?”
Francisco Franco Bahamonde (1892-1987)
Político y militar español.
censor que no sea tonto?”
Francisco Franco Bahamonde (1892-1987)
Político y militar español.
LOS APODOS
Forma parte de nuestra idiosincrasia colocarle apodos a la gente. Es por eso, que algunas veces nos vemos en aprietos cuando nos preguntan por el nombre de algún amigo o conocido. La mayoría de las veces quedamos en el aire y no sabemos responder. Viene al caso el introito, porque en una oportunidad a la casa de mi mamá, Anastelia Salazar, llegó un señor que traía una encomienda, para la señora Josefa de González. El hombre preguntó si la conocía y mi mamá le dijo que no, asegurándole que por esa calle no vivía ninguna Josefa de González. Mientras se desarrollaba la conversación, la vecina observaba la tertulia con curiosidad, de tal suerte que, cuando el señor se despidió, se acercó y preguntó: “¿Anastelia, que buscaba ese señor?”, mamá le responde: “Anda preguntando por una tal Josefa de González”. “Anastelia, pero si esa soy yo” exclama sorprendida la vecina. El caso es que durante toda la vida y mire que fueron muchos años, todos los vecinos de la calle 5 de julio en Pueblo Ajuro, la conocían como “Pancha” Barreto que era su apellido de sortera. Gracias a Díos, el señor iba cerca y “Pancha” recibió su encomienda.
LA REALIDAD
Mi compadre Ángel Rafael Zabala “Cara e’ cochino” y Hugo García “Bola de burro” trabajaban para una empresa que presta servicio de encomienda y cuyo lema es: “La empresa recibe hoy y entrega mañana”. Este par de amigos que en ese momento eran relativamente jóvenes, gozaban a plenitud de las parrandas que se formaban en el río Caris todos los fines de semana y durante los días laborables, se echaban su escapadita a disfrutar de unas cervecitas, el sancochito y darse una buena refrescada en sus cristalinas aguas. Como medio de transporte utilizaban una pick up que le asignaba la empresa. Un día si y otro también lo hacían en la tarde, después de trabajar arduamente el turno de la mañana. Obviamente le quedaban algunos paquetes por entregar y cuando los amigos preguntaban “¿y eso cuando lo entregan?” a lo que contestaban: “será otro día”. Entonces surgía el comentario lógico: “Bueno, ¿y esa empresa no dice en su publicidad que recibe hoy y entrega mañana?”, a lo que respondían al unísono: “Eso es la empresa, nosotros recibimos hoy y entregamos cuando se puede”. Era la pura realidad, me consta.
CERTIFICADOS
Juan Ruperto, fue por muchos años el administrador del bar “La Cabaña” que funcionaba en la avenida Peñalver de El Tigre. Era el sitio predilecto de la mayoría de los profesionales de la ciudad. En una oportunidad un conocido farmaceuta, amaneció emparrandado, se pasó de tragos y se quedó dormido en una mesa. Como Juan lo conocía, lo pasó a su habitación y lo acostó para que durmiera cómodamente la borrachera. En horas del mediodía, se presenta la señora del farmaceuta muy preocupada preguntando, ya que su esposo no había llegado a la casa y le habían dicho unos amigos que lo habían visto en su negocio. Juan con la amabilidad que le caracterizaba, le contesta. “Mi amor, no te preocupes, está muy bien, pasa para el cuarto, que aquí te lo tengo en cámara de oxígeno” Indiscutible, no había de que preocuparse, el que tenía que alarmarse era él cuando despertara, con esa cuaima a pata de catre, ya que dormía placidamente en tremenda cama y tenía colocado un excelente mosquitero, para que no lo molestara ni coquito. Testigo de excepción es Pablo Rodríguez, que ya a esa hora consumía sus primeras gélidas, presenció el chasco que le sucedió al farmaceuta y lo certifica.
OTRO: Cuenta Pablo Rodríguez, que regularmente iban a “La Cabaña” un grupo de amigos que trabajaban para la época en el Concejo Municipal de El Tigre, entre ellos, un prestigioso abogado que lo presidía. En sus conversaciones, siempre salía a relucir con mucha profusión el nombre de un amigo ausente que ellos identificaban como “Larita” Eso produjo la curiosidad de Juan Ruperto que siempre preguntaba: “¿y quién es Larita?”. El abogado – Presidente le respondió: “no te preocupes, en cualquier momento nos acompaña y te lo presento”. Siempre pasaba lo mismo, hasta que un día, llega la gente, se ubican, piden las gélidas, empieza la conversación y uno de ellos se dirige a un señor que Juan nunca había visto en su vida, diciéndole “Mira Larita” cuando Juan escucha aquello se queda atónito y pregunta este es el tan mentado “Larita” a lo que el abogado responde: “Ah, a propósito Larita te presentó a Juan Ruperto”. Chocan los 5 se conocen y Juan Ruperto, con expresión de sorpresa dice: “Ay, que decepción. Esto parece un “wolsvaguito” viejo y chocado. Los presentes, dicen que el Juan acertó con la comparación y Pablito Rodríguez, hasta el día de hoy, lo certifica.
OTRO: Cuando Juan Ruperto abandonó “La Cabaña”, vivía en la casa de la “Negra cova” en la urbanización “San Francisco de Asís” o Ciudad Tablitas. Esa casa tenía un solar grande y él todas las mañanas salía y sentaba debajo de las frondosas matas de mango viendo hacia la calle. En ese momento estaba en pleno auge el juego de los animalitos. Las vecinas, le reconocían a Juan Ruperto dotes de augur, que adivinaba los sueños. Un día, se le acerca una joven señora y le dice: “ay Juan, anoche tuve un sueño horrible. Soñé que, me empate con un tipo buenote y el muy sinvergüenza me pegó dos muchachos y me dejó abandonada, luego conseguí otro terció, me hizo lo mismo y para rematar el último con el cual me metí a vivir, me dejó otro niño y me dejó también. Ay Juan, el caso es que me quede solita con 5 muchachos, limpia, sin trabajo y los muchachos pasando hambre, los veía enclenques, flaquitos, barrigones y lombricientos ¿Qué crees tú, que da eso?” A lo que Juan respondió sin inmutarse: “Ay mija, eso lo que da es lástima”. Este relato, me lo certificó el amigo Ramón Barroso, del círculo fraternal más cercano de Juan Ruperto.
OTRO: En otra oportunidad, llega otra señora y le dice: “Ay Juan, anoche soñé, que fui a la playa y cuando estaba disfrutando de un excelente baño sentía que algo me aguijoneaba las piernas, era como las pinzas de un bicho, me salía y no tenía nada, me volvía a meter al agua y volvía a sentir la misma sensación. Dime, mi amor ¿Qué crees tú que da eso?”. “Bueno mija, - le contesta Juan con gran circunspección - creo que el sueño te salió perfecto, no es, como te imaginaras el alacrán, pero si es el alicate de Cadafe, porqué te están cortando la luz”. Este relato, me lo certificó el amigo Henry “Nenerina” Hernández, de los allegados más dilectos de Juan Ruperto.
Forma parte de nuestra idiosincrasia colocarle apodos a la gente. Es por eso, que algunas veces nos vemos en aprietos cuando nos preguntan por el nombre de algún amigo o conocido. La mayoría de las veces quedamos en el aire y no sabemos responder. Viene al caso el introito, porque en una oportunidad a la casa de mi mamá, Anastelia Salazar, llegó un señor que traía una encomienda, para la señora Josefa de González. El hombre preguntó si la conocía y mi mamá le dijo que no, asegurándole que por esa calle no vivía ninguna Josefa de González. Mientras se desarrollaba la conversación, la vecina observaba la tertulia con curiosidad, de tal suerte que, cuando el señor se despidió, se acercó y preguntó: “¿Anastelia, que buscaba ese señor?”, mamá le responde: “Anda preguntando por una tal Josefa de González”. “Anastelia, pero si esa soy yo” exclama sorprendida la vecina. El caso es que durante toda la vida y mire que fueron muchos años, todos los vecinos de la calle 5 de julio en Pueblo Ajuro, la conocían como “Pancha” Barreto que era su apellido de sortera. Gracias a Díos, el señor iba cerca y “Pancha” recibió su encomienda.
LA REALIDAD
Mi compadre Ángel Rafael Zabala “Cara e’ cochino” y Hugo García “Bola de burro” trabajaban para una empresa que presta servicio de encomienda y cuyo lema es: “La empresa recibe hoy y entrega mañana”. Este par de amigos que en ese momento eran relativamente jóvenes, gozaban a plenitud de las parrandas que se formaban en el río Caris todos los fines de semana y durante los días laborables, se echaban su escapadita a disfrutar de unas cervecitas, el sancochito y darse una buena refrescada en sus cristalinas aguas. Como medio de transporte utilizaban una pick up que le asignaba la empresa. Un día si y otro también lo hacían en la tarde, después de trabajar arduamente el turno de la mañana. Obviamente le quedaban algunos paquetes por entregar y cuando los amigos preguntaban “¿y eso cuando lo entregan?” a lo que contestaban: “será otro día”. Entonces surgía el comentario lógico: “Bueno, ¿y esa empresa no dice en su publicidad que recibe hoy y entrega mañana?”, a lo que respondían al unísono: “Eso es la empresa, nosotros recibimos hoy y entregamos cuando se puede”. Era la pura realidad, me consta.
CERTIFICADOS
Juan Ruperto, fue por muchos años el administrador del bar “La Cabaña” que funcionaba en la avenida Peñalver de El Tigre. Era el sitio predilecto de la mayoría de los profesionales de la ciudad. En una oportunidad un conocido farmaceuta, amaneció emparrandado, se pasó de tragos y se quedó dormido en una mesa. Como Juan lo conocía, lo pasó a su habitación y lo acostó para que durmiera cómodamente la borrachera. En horas del mediodía, se presenta la señora del farmaceuta muy preocupada preguntando, ya que su esposo no había llegado a la casa y le habían dicho unos amigos que lo habían visto en su negocio. Juan con la amabilidad que le caracterizaba, le contesta. “Mi amor, no te preocupes, está muy bien, pasa para el cuarto, que aquí te lo tengo en cámara de oxígeno” Indiscutible, no había de que preocuparse, el que tenía que alarmarse era él cuando despertara, con esa cuaima a pata de catre, ya que dormía placidamente en tremenda cama y tenía colocado un excelente mosquitero, para que no lo molestara ni coquito. Testigo de excepción es Pablo Rodríguez, que ya a esa hora consumía sus primeras gélidas, presenció el chasco que le sucedió al farmaceuta y lo certifica.
OTRO: Cuenta Pablo Rodríguez, que regularmente iban a “La Cabaña” un grupo de amigos que trabajaban para la época en el Concejo Municipal de El Tigre, entre ellos, un prestigioso abogado que lo presidía. En sus conversaciones, siempre salía a relucir con mucha profusión el nombre de un amigo ausente que ellos identificaban como “Larita” Eso produjo la curiosidad de Juan Ruperto que siempre preguntaba: “¿y quién es Larita?”. El abogado – Presidente le respondió: “no te preocupes, en cualquier momento nos acompaña y te lo presento”. Siempre pasaba lo mismo, hasta que un día, llega la gente, se ubican, piden las gélidas, empieza la conversación y uno de ellos se dirige a un señor que Juan nunca había visto en su vida, diciéndole “Mira Larita” cuando Juan escucha aquello se queda atónito y pregunta este es el tan mentado “Larita” a lo que el abogado responde: “Ah, a propósito Larita te presentó a Juan Ruperto”. Chocan los 5 se conocen y Juan Ruperto, con expresión de sorpresa dice: “Ay, que decepción. Esto parece un “wolsvaguito” viejo y chocado. Los presentes, dicen que el Juan acertó con la comparación y Pablito Rodríguez, hasta el día de hoy, lo certifica.
OTRO: Cuando Juan Ruperto abandonó “La Cabaña”, vivía en la casa de la “Negra cova” en la urbanización “San Francisco de Asís” o Ciudad Tablitas. Esa casa tenía un solar grande y él todas las mañanas salía y sentaba debajo de las frondosas matas de mango viendo hacia la calle. En ese momento estaba en pleno auge el juego de los animalitos. Las vecinas, le reconocían a Juan Ruperto dotes de augur, que adivinaba los sueños. Un día, se le acerca una joven señora y le dice: “ay Juan, anoche tuve un sueño horrible. Soñé que, me empate con un tipo buenote y el muy sinvergüenza me pegó dos muchachos y me dejó abandonada, luego conseguí otro terció, me hizo lo mismo y para rematar el último con el cual me metí a vivir, me dejó otro niño y me dejó también. Ay Juan, el caso es que me quede solita con 5 muchachos, limpia, sin trabajo y los muchachos pasando hambre, los veía enclenques, flaquitos, barrigones y lombricientos ¿Qué crees tú, que da eso?” A lo que Juan respondió sin inmutarse: “Ay mija, eso lo que da es lástima”. Este relato, me lo certificó el amigo Ramón Barroso, del círculo fraternal más cercano de Juan Ruperto.
OTRO: En otra oportunidad, llega otra señora y le dice: “Ay Juan, anoche soñé, que fui a la playa y cuando estaba disfrutando de un excelente baño sentía que algo me aguijoneaba las piernas, era como las pinzas de un bicho, me salía y no tenía nada, me volvía a meter al agua y volvía a sentir la misma sensación. Dime, mi amor ¿Qué crees tú que da eso?”. “Bueno mija, - le contesta Juan con gran circunspección - creo que el sueño te salió perfecto, no es, como te imaginaras el alacrán, pero si es el alicate de Cadafe, porqué te están cortando la luz”. Este relato, me lo certificó el amigo Henry “Nenerina” Hernández, de los allegados más dilectos de Juan Ruperto.
Todos los personajes y hechos que aquí cito, son reales, comprobables y forman parte de la historia menuda de la ciudad. Nos imponemos cierta censura, al no mencionar nombres de personas y empresas para no herir susceptibilidades de nulidades engreídas, evitar ser demandado ante los tribunales y no darle cabida a las tonterías de los censores de opereta. Empero, todo pertenece al reino de la realidad. Pregúntenle a Maicabares Berroterán que estuvo en muchos de esos eventos y cuando me los contaron los legitimó con grandes carcajadas. Poco a poco construimos la gran historia y contribuimos, humildemente, a conservar la memoria histórica de la ciudad.
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