domingo, marzo 29, 2009

Remembranzas tígrenses

No perdamos nada del pasado.
Sólo con el pasado se forma el porvenir

Anatole France (1844-1924)
Novelista y premio Nobel francés.

En la década del 70, durante la Presidencia Municipal del Prof. Augusto Enrique Tenorio Meza, se desempeño como Secretario de la Cámara Municipal el amigo José Danilo Salcedo, Barcelonés por nacimiento y tígrenses por adopción. Eran tiempos de un pueblo bucólico, seguro, apacible, de gente muy cordial y amigable. Nos conocíamos todos. Cualquier esquina, sitio, calle, avenida, plaza, bar o restaurante, era convertido en un lugar para el encuentro afectuoso que servía para la conversación franca, abierta y amistosa. Época idílicas, pues. La bomba Levante de don Pedro Manuel Brito, era un lugar muy concurrido y uno de los lugares preferidos para las tertulias citadinas.

En ese ciclo de nuestra corta, pero sustanciosa historia, iba in crescendo en nuestras costumbres, la influencia de la cultura margariteña. Los sábados, la gente parrandeaba durante el día, sellaba su cuadrito del 5 y 6, y continuaba buena parte de la noche y hasta la madrugada. Los domingos en la mañana, después de recoger La Antorcha, la cita era el Mercado Municipal. Un buen desayuno en los puestos de las queridas y siempre bien recordadas amigas, Dilia Ramírez o un corocoro frito con arepa en el local de la gorda Eulalia. Luego la compra de la verdura, preferiblemente dónde don Antonio Gamboa, que ponía buena ñapa, la costilla, el hueso rojo o el pescado para la sopa y todo el mundo se recluía en su hogar para la reunión familiar. En La Charneca, en casa de don Pablo Waldrop, esos convites, eran de antología.

Pasadas las 12 del día, no había un alma en la calle. En casi todos los patios de las casas, había un sancocho dominguero a la leña, una cervecita fría y una partida de domino o truco. Parecía que el pueblo se congelaba. Hay una salvedad. Cuando había juego en el antiguo estadio Alejandro “Patón” Carrásquel, después del mercado, la rumba seguía en las tribunas para apoyar al equipo local “Los Criollos de El Tigre” y luego en “La Deportiva” de la familia Capella para los comentarios finales y la celebración de rigor. En todo caso era tempranero y ya a las 6PM, todos estaban en casa. Pedro Emilio Rojas Vargas el popular “Pejas”, Gonzalo “El negro dulcero” López, don Bernardo González, Rigo y el gordo Hernández, Edgar Brito, Asdrúbal Rivas, Román Lunar, el Dr. Adalberto Carrasco Mata, Roberto Salazar, Miguel “El negro” Salazar, Pedro y Carlos Bermúdez, Cruz “Machelo” Bermúdez, Pico Pico Brito, Oswaldo, Saúl, Ennio y Asdrúbal Mendoza, Pedro Sergio Salazar, Simón Medina, Luís Harris Rangel, don Luís García, Oito Lira, Joseíto y “Pito” Zabala, Luís La roche Abreu, Orlando Martínez, Saúl y “Cheo” Figueroa, Eugelio “Guañín” Campos, Saúl Alcalá, Alberto Vásquez, Mauro y Alberto Barrios, Tomasito Díaz, Luís “Buzo” Noriega, Luís “Culí” Martínez, Hernán Zabala, José Rodríguez, José Caraballo Jesús Romero, Armando Ortiz, Ángel Rafael Zabala, y otros tantos amigos formaban parte de esa tertulia criollista. Unos jugadores y los más managers de tribuna. Unos pitcher y la mayoría catcher. Identifíquelos usted. A mí que me registren.

Traigo a colación esta vieja costumbre margariteña-tígrense, porque viene a mi memoria una anécdota del amigo José Danilo Salcedo, hombre muy parco en la conversa, pero de unas salidas muy ingeniosas cuando había una tertulia en cierto modo insulsa. Un domingo cualquiera de ese tiempo, vivía también en el pueblo, su hermano Gonzalo Cermeño, que desde Barcelona había llegado para instalarse y trabajar aquí. Ambos se encontraban en la esquina del Luchador. Pasado el medio día y con un dejo de fastidio Gonzalo, le comenta “Oye Danilo este pueblo después de la 12 queda sólo, no hay ni gente ni vehículos en la calle y menos en la avenida Francisco de Miranda, a lo que Danilo respondió “Ay, mijo y cuando cierran la Juanita es que da tristeza, se ve de aquí la Torre del Oro, clarita” Una guará, diría un barquisimetano. Obvio que era un extremismo para ratificar la soledad en las calles y avenidas. Hasta Pablito Rivas había cerrado la polla de caballos y Arturito Brito su leal secretario, ya estaba instalado viendo y escuchando las carreras en la voz de Virgilio Decán, el príncipe “Alí Khan”.

En todo caso encerraba una gran verdad, los pocos rezagados que quedaban en la calle, eran los que asistían al súper mercado de víveres “La Juanita” que estaba ubicado entre las esquinas de El Luchador y la plaza Martí. Un comercio propiedad del joven y exitoso empresario Wilfredo Malaver, quien por las ofertas y precios solidarios que ofrecía, se convirtió en referencia obligada para los compradores de todo el Oriente del país. El que quería adquirir los productos de primera necesidad a bajos precios tenía, obligatoriamente, que comprar en “La Juanita” De eso no había un ápice de dudas. El cliente más leales y consecuentes ese baratillo, por razones obvias, eran Argimiro Córcega, “Fucho” Barrios, “Moncho” Bejarano, Pedro Angulo y Alexander Compiani. Agarraban mango bajito.
Ese pasado memorable, que todos añoramos, debe ser revivido para que formemos un porvenir lleno de esas virtudes ciudadanas que pareciera nos abandonan y nos han convertido de ese pueblo bucólico, donde se podía dormir hasta con las puertas abiertas, en una pequeña ciudad violenta e insegura. Don Mauro Barrios, con su memoria prodigiosa, puede dar fe de lo que aquí afirmo.