sábado, septiembre 19, 2009

Personajes de mi pueblo: El pan margariteño, Machelo

Dios ha puesto el trabajo
por centinela de la virtud

Homero (s.VIII a.C.)
Poeta griego.


Hijo de margariteño, aunque nazca en Jusepín, sea monaguense e hijo adoptivo de El Tigre come pan artesanal originario de la isla. En el caso de Marcelino Gómez el popular Machelo, perfectamente se da esa premisa y más aún, lo distribuye y vende por toda la zona de Pueblo Nuevo – norte y sur – desde hace 38 años conduciendo su bicicleta de reparto. Clientes viejos, fijos, eventuales, nuevos y hasta turistas le compran el pan margariteño que les llega calientito a las manos, son una delicia para complementar cualquiera de las 3 comidas y hasta resuelven una de ellas con mantequilla, queso, guarapo, jugo, refresco, chocolate, café con leche y hasta a capela. El cayuco mayor José Jiménez lo come hasta con papelón para darle fuerza a la voz cuando canta el galerón.

Hijo de los margariteños Eutoquio López y Valentina Gómez, que llegaron a Jusepín estado Monagas, dónde el padre logró empleo en la industria petrolera, luego lo trasladaron a Anaco, hasta llegar y fijar residencia definitiva en El Tigre, dónde Machelo concluyó sus estudios de primaria en la escuela Rafael Antonio Fernández Padilla de la Charneca que dirigía la Prof. Isbelia de Ruiz. No pudo continuar sus estudios ya que contrajo nupcias con Nélida Salazar y tuvo que salir a ganarse la arepa para la familia que establecía y la opción del momento fue vender pescado fresco en la mañana y el pan margariteño en las tardes. En esas 2 actividades trabajo hasta el 2001, cuando abandonó la primera y se quedó con el pan.

Hasta ahora, Machelo, tiene 5 hijos y 12 nietos, se las ha visto duras, pero le ha sobrevivido a la adversidad, durante sus diarios recorridos por las calles de Pueblo Nuevo, es habitual verlo en su bicicleta de reparto, su gorra, su cajón al frente, una pimpinita de agua y escucharlo vocear, con fuerte e inteligible voz que llegó el pan margariteño calientito y listo para degustarlo. En esa tarea se mantiene desde las 11 AM hasta las 6 PM y durante todo ese tiempo conserva su proverbial entusiasmo, jovialidad y buen humor. Ver molesto a Machelo, es más difícil que llueva pa’ arriba, cuenta el Prof. Neuman Cedeño uno de sus clientes más consecuentes.

La elaboración de ese pan artesanal, la inicio en su casa de la 2da. carrera norte, con un horno de barro, en la década del 50 el margariteño don Pedro Silva y el cual al retirase a sus cuarteles de invierno les entregó el testigo a un hijo y un sobrino que lo mantienen vigente y en plena producción. Ese delicioso pan, lo comenzó vendiendo Machelo en 4 presentaciones: a locha, a medio, a real y el más grande un bolívar. Hoy y, por ahora, sale de un sólo tamaño y su valor es de 8 bolívares la unidad. Los clientes, obviamente se quejan, pero entienden que la culpa no es del vendedor, ni del productor es sencillamente consecuencia de la galopante inflación que azota a Venezuela. Edgar Brito chilla y como no tiene opción, con el dolor de su alma, lo adquiere y lo rebana para que le rinda y poder llevarle un poquito a su cuñado Oswaldo Rivilla para que no se acueste con el estomago vacío.

Marcelino Gómez el respetado, admirado y apreciado Machelo es todo un personaje en la ciudad. En sus largos 38 años transitando las calles de Pueblo Nuevo, nunca ha sido víctima del hampa ¡Dios y la Virgen del Valle lo protejan! y cuenta con una legión no de clientes, más bien de amigos que entienden su situación y muy poco le solicitan crédito, todos cancelan de contado para que él y su familia puedan sobrevivir de la poca ganancia que le genera la venta del pan margariteño el cual a la sazón, proviene de una industria artesanal que se mantiene de los ingresos diarios y tampoco puede darse el lujo de salir a flote con una línea de crédito ni siquiera a corto plazo. Hay que adquirir el pan margariteño que es autóctono y pagar de contado.

Escribimos estás líneas para contribuir a que nuestra frágil memoria histórica, no olvide estos personajes que con su trabajo denodado, constancia, virtuosidad y sobre todo su integridad personal, forman parte de nuestro diario panorama visual citadino y que quizás, de tanto verlos, pasan desapercibidos para muchos, pero que están allí haciendo la historia menuda y productiva de la ciudad.
En la gráfica Marcelino Gómez (Machelo) a la derecha procede a venderle su rico pan a Víctor Domínguez quién es vecino del sector sur y fue a su encuentro en el sector de las 6 esquinas dónde concluía la venta respectiva a la señora Amanda de Martínez.



En la Gráfica: don Antonio Oliveira frente a la panadería y pastelería Chantily. Fue la última de las tantas que fundó.

martes, septiembre 08, 2009

Las primeras paradas obligatorias del pueblo

Una memoria ejercitada es guía más
valiosa que el genio y la sensibilidad

Friedrich Von Schiller (1759-1805)
Poeta, dramaturgo y filósofo alemán.


En todas las ciudades existen las calles de transito y paradas obligatorias para los transeúntes. Todo depende hacia dónde los citadinos se dirijan. En el caso de la ciudad de El Tigre, casi todos, los que buscan en dirección a la zona rural del sector sur, el Caris, Paso Bajito, Moquete, Caldereño, Atapirire, Múcura, Boca del Pao, balnearios y fincas aledañas, después de abastecerse en el comercio local, tenían una última parada obligatoria. La Casa del Pueblo de don Rafael García, ubicada en la esquina de la calle Colombia cruce con Calle Ribas e inicio de la calle Brisas del Caris que empata en la 4 vías con la carretera del Caris y en el punto de lo que fue la Casa Nueva York se bifurca hacia el suroeste creando la calle Falcón de Pueblo Ajuro.

La Casa del Pueblo mantuvo la supremacía por bastante tiempo. Era la bodega de la salida por excelencia, en ella se conseguía desde un alfiler hasta el kerosén que vendían al detal. Una fría, aguardiente, whisky, cartuchos, un refresco las compras de último momento para el abastecimiento completo y una vez que estaban como carrito de compañía, feliz viaje. En ese lugar era común encontrar cuadrillas de trabajadores petroleros, dueños de fincas, turistas, vecinos de la zona rural esperando una cola y la permanencia de vecinos, que convertían el lugar, en un sitio de encuentro propicio para la tertulia franca, abierta y desprendida entre amigos, ya que por esos tiempos, todos se conocían. La conversación versaba sobre lo humano, lo divino, el trabajo, las noticias y de dejaba colar hasta el chismecito del momento.

En la medida que fue creciendo el área urbana de la ciudad. Desde el Casco viejo hacía Pueblo Ajuro, en la calle Brisas del Caris, cruce con 5 de julio, el lugar dónde se inició el barrio La Cruz, que se conoció por muchos años, como barrio Loco, el señor José Luís Salazar, el popular Sampa, construyó un kiosco de bahareque – el encofrado fue hecho con caña brava – que le suministró José María Lira Reyes, ese pequeño local que fue víctima de un pavoroso incendio, cuando bajó un torrencial aguacero con tormenta eléctrica, explotaron los tanques negros y la candela arrasó el sector y amenazaba con pasar la calle Brisas del Caris hacía el oeste que era lo que estaba poblado en Pueblo Ajuro.

Pasado el susto y superada las perdidas, Sampa reconstruyó el kiosco los usufructuó por un tiempo, luego lo vendió al portugués Juan Núñez, que después, se lo dejó a Josefina Salazar, con la cual tuvo una hija, la buena moza Fátima y esta a su vez, se lo cambió a su cuñado Ramón Array por una casa lindante, en la cual todavía habita con su familia. Lo cierto del caso es que el Negro Ramón Array, le puso cariño, lo rehizo con bloques, como se observa en la gráfica que acompaña esta crónica, y convirtió el punto en la segunda parada obligatoria de esa salida del pueblo hacia el sector sur, después de la primigenia Casa del Pueblo. Uno de los más consecuentes viajeros que hacía su parada en ese sitio fue don Benito Villasana, dueño de la Gestoría Villalta que funcionaba en los alrededores de la Plaza España, atapirireño de pura cepa, quien siempre poseyó vehículos último modelo, con aire acondicionado y los cuales estacionaba en la acera que daba al patio de la casa de don Benigno Piñero, en cuyo solar habían frondosas matas de mango que brindaban una buena sombra sus lujosos automóviles que siempre lucían impecables. Una novedad para la época.

En una oportunidad Daniel Salazar, el popular “Tabú”, cuñado de Ramón Array, le pidió una cola para Atapirire. Don Benito, le preguntó, ¿me podrá dar la cola en su pick up para Atapirire? éste le responde con la proverbial cordialidad y amabilidad que le caracterizaba “Caramba Daniel con mucho gusto, pero llevo los puestos adelante ocupados, (lo acompañaban como de costumbre dos lindas damas) salvo que te quieras ir en la parte trasera”. Daniel sin pensarlo dos veces se embarcó y murmuró en voz alta. “Caramba, don Benito creerá que va llegar primero que yo” don Benito Villasana, soltó una carcajada por la ocurrencia y arrancó. ¿Quién llegaría primero al pueblo? Los dejo a su libre interpretación.

Esos fueron las dos primeras paradas obligatorias. La casa del Pueblo que continúa vigente, ahora como licorería y la Bodega Array, que también tuvo una de las galleras más populares de la ciudad y ahora, en muy poco tiempo será demolida y será historia, ya que don Ramón Array, que con el paso de los años, sufre de muchas lagunas mentales y aún cuando es oriundo de Atapirire, vive al lado de su familia en Valencia, los cuales vendieron las bienechurías al próspero comerciante Enrique Castellano, propietario de “Agropecuaria Castellanos” quien construye un moderna edificación para instalar su negocio de distribución de productos para las tareas del campo.

Hoy la parada obligatoria por excelencia es las 4 vías. Esa es otra historia, por los momentos y por razones de espacio, la dejamos hasta aquí. Empero, esta remembranza de esas paradas obligatorias, la hacemos para refrescarles la memoria a los adultos mayores que compartieron esas vivencias, ilustrar a las nuevas generaciones acerca de nuestro rico pasado reciente y contribuir a que no se pierda la memoria histórica de la ciudad. No olvidéis que nuestra memoria, como afirmó el poeta escosés Robert Louis Stevenson, es magnifica para olvidar. Importante, ejercitarla para no olvidar de dónde venimos, dónde estamos y hacía dónde vamos.