sábado, octubre 03, 2009

Personajes de mi pueblo: Toñito Liccioni

La vida de los muertos está
en la memoria de los vivos

Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.)
Escritor, político y orador romano.


En el naciente pueblo de El Tigre, cuando transcurría el año 1945, estando en pleno desarrollo la revolución de octubre, llegó el hombre que se convertiría en el primer Radio Técnico en la historia de la ciudad. Antonio María Liccioni Azanza, venía a probar suerte desde su lar nativo Ciudad Bolívar. Era descendiente de una familia corsa, la misma tierra que vio nacer a Napoleón Bonaparte o sea el pueblo de Ajaccio, capital de la actual Córcega y cuyo apellido italianizado era Buonaparte. Toñito Liccioni, como se le conoció durante su larga y fructífera vida, fijó su residencia, talleres y negocios en la esquina de la calle Brisas del Mar con calle Miranda de Casco Viejo (La foto es del sitio exacto. Todo el pintado color amarillo y azul) Allí llegó, vivió, trabajó, formó su prolija familia, al lado de su esposa, la calabresa Elia Sebastiani y allí murió. 6 hijos Elia, Antonio, Thaís, Magaly, Roberto, Carlos y numerosos nietos y bisnietos, le sobreviven y recuerdan con amor, cariño, respeto y veneración. Un gran hombre que creyó y contribuyó con su trabajo y tesón a la consolidación del pueblo.

Don Antonio Liccioni era a la sazón un especialista violinista, en esa faceta fue fundador en Ciudad Bolívar, al lado de su amigo Víctor Yelamo, de la banda municipal y también ambientaba musicalmente las películas silentes que proyectaban en el cine América de la capital bolivarense. Aquí en El Tigre, se destacó como telegrafista, fue uno de los primeros radioaficionados que estuvo identificado con las siglas (YV6DN) permiso expedido por el Ministerio de Comunicaciones y para variar en uno de sus locales instaló, a pesar de que no existía servicio de electricidad pública, una fabrica y venta de pocicles y helados que puso en funcionamiento y producción con una planta eléctrica de manufactura alemana, la cual adquirió con su propio peculio. Esa fábrica de helados, los cuales vendía todas a locha (Bs. 0,121/2) y que deleito el paladar de grandes y chicos, el señor José Ramón Ron Padilla fue uno de sus más consecuentes clientes, hasta que le tuvo que bajar la Santamaría, porque la planta hacía mucho ruido y molestaba a los vecinos. Producía, lo que ahora se conoce como contaminación sónica. No había Ordenanza de convivencia ciudadana, pero Toñito fue siempre un buen vecino y mejor ciudadano.

Como Radio Técnico, a la cual consagró su vida Toñito Liccioni, cuyo taller prestigiaba con su apellido, atendía a todos los vecinos que tenían problemas de desperfectos con sus radios, necesitaban ampliar su recepción y una que otra reparación; también le metía a los tocadiscos, rockolas y en más de una oportunidad fueron requeridos sus servicios por los señores Roberto Bonaguro y Manuel Otero dueños de las primeras plantas eléctricas que prestaron el servicio de alumbrado público, comercial y doméstico a la incipiente población. Además cultivó una excelente relación de amistad y profesional con don Carlos Poleo que fundó e instaló La Voz de El Tigre, a cuyas instalaciones, eventualmente le prestó servicio técnico. Era el radio eléctrico por excelencia y fue referencia obligada por mucho tiempo en la ciudad.

En una tarde calurosa, en los inicios de la década de 60, Toñito Liccioni, recibió en su taller la visita de un joven que lucía un impecable traje formal, se le presentó y le dijo “Yo soy el nuevo director del Liceo Pedro Briceño Méndez y vengo a presentarme de parte del Prof. Bartolomé Marín” le extendió la mano y después de un fuerte apretón, le preguntó ¿Tú bebes aguardiente? y éste solícito le respondió sin titubeos ¡Claro! entonces no perdamos tiempo, véngase en mi vehículo, se fueron, llegaron al Bar Rest. Las Vías que funcionaba en la avenida España, dónde hoy está edificado el Banco Venezuela, antes Latino y Caracas. Era nada más y nada menos que el Prof. José Antonio Arias Reyes, con el cual entabló una amistad personal, social, familiar y, porque no decirlo, etílica hasta el resto de sus vidas. Ambos con una cultura etílica impecable.

Una vez retirado de la actividad laboral, Toñito Liccioni, todos los días, después del almuerzo, esperaba al Prof. Arias Reyes que también estaba jubilado y se sentaban a tomarse sus respectivos escoceses. En una oportunidad, había un grupo numeroso y una dama, le preguntó con cierto halo de preocupación ¿Por qué usted no se manda a operar esos bocios? A lo que Toñito respondió con su proverbial amabilidad y buen humor “Ay, mija los hijos míos, me tienen loco con esa misma canción, pero como yo no estoy para que me cojan cría y esos bichos no me impiden tomarme mis whiskys, mejor dejo eso así y no me los dejo ni tocar” Todos soltaron las carcajada por la genial salida y la velada continúo sin novedad. Esas y, muchas otras anécdotas, hay de don Toñito Liccioni que por razones de espacio dejaremos para otras oportunidades.

Está crónica la escribimos con la sana intención de contribuir a fortalecer nuestra frágil memoria histórica y rendirle un merecido tributo a los hombres y mujeres que contribuyeron con su fructífero trabajo, mística y laboriosidad al crecimiento, desarrollo y consolidación de la pequeña urbe de la cual hoy disfrutamos, a pesar de la falta de electricidad, agua y la invasión de la basura. Aún muertos, estos personajes, están en la memoria de los que, por ahora, seguimos vivos.

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