domingo, agosto 05, 2007

Personajes de mi pueblo: Florentino

El arte de envejecer es el arte
de conservar alguna esperanza

André Maurois (1885-1967)
Escritor francés.
El juego de los animalitos forma parte de la idiosincrasia de los habitantes de la ciudad de El Tigre. Entre los primeros vendedores de esa popular lotería está, indiscutiblemente, Pablo Florentino Vargas Ordaz, el popular “Florentino” como se le conoce a secas. El 17 de octubre de 1933, en Altagracia, estado Nueva Esparta, en el seno de un hogar muy humilde conformado por Pablo Vargas y Felipa Antonia Ordaz ambos comerciantes, vino al mundo nuestro personaje. Cuando apenas contaba con 7 años, sus padres, buscando nuevos rumbos y mejores condiciones de vida viajaron a esta ciudad y fijaron residencia en la calle Piar en el sector que hoy se conoce como el Casco Histórico. Otra familia margariteña más, para variar.

El viejo trabajó en la petrolera por espacio de dos años y el niño Florentino, asistía a la escuela primaria de la maestra Ligia, que funcionaba en el histórico callejón Berruecos donde cancelaba un bolívar semanal, allí estudió hasta 4to. grado y luego culminó su primaria en la escuela pública “Cova Maza” que funcionaba al lado de la sede del Partido Social Cristiano COPEI. De esa etapa recuerda con cariño al maestro Enrique, que aún cuando no era graduado, sabía muchas matemáticas y le enseño a lo niños de la época, regla de interés, de compañía e interés compuesto y les aconsejaba “Niños, aprendan matemática, porque aún cuando no logren ser profesionales, puedan defenderse en la vida” El que no agarra consejos no llega a viejo.

Florentino, después de culminar la primaria, no tuvo más remedio que trabajar para ganarse la vida. No había muchas opciones y como la situación no era color de rosas, armo una carretilla, la rueda la acondicionó con clavos y madera para que no se atascara en los grandes arenales que adornaban las calles de El Tigre viejo, se colocó un fajín para aligerar las cargas y empezó a vender agua, que tomaba de las pilas de aguas de la calle Rivas y la que existía donde hoy está la panadería Lisboa. Despacho a domicilio. 0,25 una lata y el viaje completo, 4 latas por un bolívar. Los envases eran las que utilizaba la manteca los 3 cochinitos, que recogía, lavaba y limpiaba bien para llevar agua limpia, cristalina y sin contaminación. En esas labores se mantuvo por algún tiempo, hasta que en al año 1945 conoció a varios viajeros que llegaban a la ciudad para vender mercancías, a los cuales ayudaba por un salario de Bs. 2,oo diarios. Eran tiempo del boom petrolero, hallaca a real, la torta de casabe a puya y Pepsicola a medio.

Florentino que vive desde el año 1945 en la avenida 5 número 65, donde construyó en un terreno que le adquirió a la Junta Comunal de entonces, cuenta, que se inició en la venta de animalitos cuando un cura de apellido Mata, empezó a introducir ese juego de lotería con la intención de recabar fondos para la construcción de la iglesia Virgen del Valle, no olvida que cuando ya estaba levantada la casa de Dios, trajeron de España el campanario y que ese padre, era muy hembrero y atacón con las damas y chicas de esa época, el como joven curioso observaba,. Era su percepción y como la percepción no es igual a la realidad de repente estaba equivocado. Uno no sabe. El sorteo lo tiraban en Aragua de Barcelona y todas las tardes le llegaba un telegrama al padre anunciándole la ficha ganadora. Eran tiempos donde la comunicación estaba iniciando su modernización. Al menos ya llegaban los telegramas.

Cuando la Junta de Beneficencia Pública fue creada y legalizada, a los vendedores le pagaban el 10% sobre la venta bruta y además les suministraban las medicinas. Por cada 0,50 que costaba el animalito los apostadores obtenían un premio Bs. 10,oo que para ese momento era un buen “resuelve”. Empero cuenta, que una vez que hizo una clientela fija en los alrededores del Mercado Municipal, Campo Oficina y otros lugares estratégicos, fue reuniendo un fondito propio y entonces vendía, hasta a crédito y cobraba los sábados, los animalitos legales y una dupleta propia que cuando le quedaba la reportaba mejores dividendos. En concreto. Vendía una legal y otra por la casa. El que inventó el cacho le inventó la vuelta.

En Campo Oficina, Florentino tenía tanta familiaridad con los clientes, que desayunaba, almorzaba, cenaba y hasta se duchaba en sus casas. Era un vendedor de prestigio y excelente conducta, eso no obvió, que varias veces, cuando ilegalizaron los animalitos, lo detuvieran. Los policías Arreaza, Ringo y Bladimir, le tenían tirria y siempre lo enchirolaban, pero inmediatamente lo ponían en libertad. Ese forcejeo con los de azul, duro hasta que llegó a la Prefectura del municipio su amigo Emersón Camero que le extendió un salvoconducto para que los agentes no lo molestaran más. Luego vendía sin temor. Guapo y apoyao, pues.

Florentino hombre humilde y honesto a carta cabal, está retirado de toda actividad y hoy vive junto a su único hijo, José Gregorio Vargas, pero recuerda con mucho cariño y aprecio a Francisco “Chico” Moreno que fue por muchos años el administrador de la Junta de Beneficencia Pública y el cual conversaba mucho con los vendedores, igualmente recuerda a otros vendedores de la época como Gustavo Wettel, hijo del popular “Chico” Wettel que vendía la polla y que voceaba en las tribunas del antiguo estadio Alejandro “Patón” Carrasquel hoy, Enzo Hernández, al son de 2x20 – 1x10, a Francisco Marín, Lucas Sucre, María Pino y el popular Robert Reford que apodan cariñosamente “Carite”. Gustavo y Robert, todavía venden todo tipo de lotería uno en el mercado y otro en el bar restaurant “La Peña” Vayan pa’ que los vean.
Estos héroes anónimos, también escribieron en sus labores cotidianas, muchas de las bellas páginas de la historia de nuestro querido municipio el cual nació al calor de la industria petrolera el 23 de febrero de 1933. Ellos y muchos otros, que dedicaron su vida a buscar honradamente el pan para el hogar, merecen la atención de las autoridades competentes, porque aún sin decretarlo nadie, forman parte del patrimonio histórico viviente de la ciudad y deberían gozar de algunas prerrogativas que les mejoren su calidad de vida. No olvidéis: hay que dignificar la tercera edad. La esperanza es la última que se pierde.

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