“El pobre carece de muchas cosas;
el avaro de todo”
Séneca Anneo (3 a.C.- 65 d.C)
el avaro de todo”
Séneca Anneo (3 a.C.- 65 d.C)
Filósofo latino
En el estacionamiento del Banco Venezuela. Aferrado a un palo de escoba que le sirve de bastón. Con sus dolencias a cuestas producto de una artritis y una caída que sufrió desde el copo de una mata de mango, cuando apenas tenía 12 años y le produjo doble fractura en el coxis, que con el tiempo volvieron a abrirse. Con sus largas barbas y cabellera amarillenta, vemos todos los santos días hábiles a Francisco José Rojas, sobreviviendo a su pobreza, apelando a la buena voluntad y sensibilidad de los clientes de la ahora, roja rojita entidad financiera, a los cuales les toca el corazón y le obsequian una propinita por vigilarles el vehículo mientras hacen sus transacciones bancarias tranquilos y seguros de que cuando salgan todo estará en orden. La seguridad, en estos tiempos vale oro y Francisco la presta gratuitamente.
Ser rico es malo, pero ser pobre, sin empleo, enfermo y sin una pensión es una tragedia. Francisco José Rojas, vive ese vía crucis y tiene que madrugar todos los días. Llegar al estacionamiento del banco, permanecer hasta la 9 PM, cuando lo releva Otilio Heredia, para luego volver a las 2PM, todo ese tiempo tiene que sostenerse con el palo de escoba que le sirve de bastón, vigilar los vehículo, salir a dirigir el transito para que los clientes de la entidad bancaria no tengan colisiones, moverse hasta la ventanilla del conductor del vehículo que se retira y estirar la mano para recibir la propinita la cual utiliza para “medio comer y adquirir algunas medicinas” que le alivian un poco las fuertes dolencias que le producen los padecimientos ya descritos. Entérese, que no todo lo que brilla es oro.
Francisco José Rojas un tígrense, que nació el 4 de octubre de 1955, es un discapacitado que anda por el mundo gracias a su férrea voluntad. Tiene su residencia en la calle Anzoátegui Nº 70 del Casco Viejo, que comparte con su anciana madre Melania Vicent Vda. del señor José Rojas, un matrimonio margariteño que llegó a la ciudad atraídos por la fiebre del petróleo, lograron estabilizarse un poco, cuando el hombre de la casa obtenía chances largos en la contratista petrolera “La Nona”. En la larga unión matrimonial sus padres procrearon 7 hijos, dos murieron muy niños y lograron sobrevivir Pedro José, Agustín Ramón, Zenaida y Mercedes. Francisco y su querida madre subsisten milagrosamente con el único ingreso fijo que poseen: la pensión del SSO que le cancelan a la doñita y que apenas alcanza para costearse sus medicinas. Y adquirir algunos comestibles. Es dura la realidad de la pobreza extrema.
Antes de llegar, hace 8 años al estacionamiento del Banco de Venezuela, para cuidar los vehículos de los clientes y apelar a la solidaridad de cada uno de ellos de manera voluntaria – a nadie obliga y menos se molesta porque alguien no colabore – Francisco José Rojas trabajo por chance en varias contratistas petroleras entre ellas Flint, SPA, Pride y en Anaco con Espeven, actividad que no pudo continuar cuando las fracturas del coxis volvieron a abrirse como consecuencia de las duras faenas que le toco adelantar en esas empresas. No hubo indemnización alguna y más nunca lo emplearon. El capitalismo salvaje no tiene corazón y mucho menos asumen accidentes laborales de chanceros. No descubrimos el agua tibia, pero el socialismo tampoco tiene ojos para estos casos críticos.
Ahora que el Banco de Venezuela fue adquirido por la revolución, Francisco José Rojas, que cursó estudios hasta cuarto año en el Liceo Revenga cuando estaba ubicado en la 2da. carrera norte, después de concluir su primaria en la Escuela estado Trujillo, tiene la esperanza que los revolucionarios que asumen la gerencia y administración de la entidad bancaria, estudien su caso, pueda tocarles el corazón y hagan buenas las palabras del Presidente Chávez en el sentido de que ahora es una empresa de propiedad social, puedan emplearlo como vigilantes a él y a Otilio, con el salario mínimo, las cestas tickets y algunos otros beneficios sociales, que les sirvan para mejorar su calidad de vida, adquirir las medicinas, alimentarse mejor y puedan salir de la espantosa pobreza critica que dolorosamente comparte con su anciana madre. Los nuevos propietarios del Banco Venezuela deben demostrar con hechos que el capitalismo es la muerte y el socialismo la vida. Un poco de solidaridad y buena voluntad bastan. Amanecerá y veremos.
Estos personajes que cuidan y vigilan vehículos en los estacionamientos de entidades bancarias, centros comerciales, calles y avenidas de la ciudad, prestan una labor silenciosa, pero bien perceptible e importante. Mientras ellos están en su puesto de trabajo, ningún vehículo es víctima del hampa, evitan atracos y robos porque siempre están moscas ante cualquier movimiento extraño. No son oficiales, no portan armas, no ejercen autoridad, sin embargo, son reconocidos, estimados y apreciados por todos los usuarios de esos sitios y aspiran que le gente entienda su difícil situación y colaboren con ellos que también merecen vivir dignamente. Es cuestión de sensibilidad y solidaridad
Ser rico es malo, pero ser pobre, sin empleo, enfermo y sin una pensión es una tragedia. Francisco José Rojas, vive ese vía crucis y tiene que madrugar todos los días. Llegar al estacionamiento del banco, permanecer hasta la 9 PM, cuando lo releva Otilio Heredia, para luego volver a las 2PM, todo ese tiempo tiene que sostenerse con el palo de escoba que le sirve de bastón, vigilar los vehículo, salir a dirigir el transito para que los clientes de la entidad bancaria no tengan colisiones, moverse hasta la ventanilla del conductor del vehículo que se retira y estirar la mano para recibir la propinita la cual utiliza para “medio comer y adquirir algunas medicinas” que le alivian un poco las fuertes dolencias que le producen los padecimientos ya descritos. Entérese, que no todo lo que brilla es oro.
Francisco José Rojas un tígrense, que nació el 4 de octubre de 1955, es un discapacitado que anda por el mundo gracias a su férrea voluntad. Tiene su residencia en la calle Anzoátegui Nº 70 del Casco Viejo, que comparte con su anciana madre Melania Vicent Vda. del señor José Rojas, un matrimonio margariteño que llegó a la ciudad atraídos por la fiebre del petróleo, lograron estabilizarse un poco, cuando el hombre de la casa obtenía chances largos en la contratista petrolera “La Nona”. En la larga unión matrimonial sus padres procrearon 7 hijos, dos murieron muy niños y lograron sobrevivir Pedro José, Agustín Ramón, Zenaida y Mercedes. Francisco y su querida madre subsisten milagrosamente con el único ingreso fijo que poseen: la pensión del SSO que le cancelan a la doñita y que apenas alcanza para costearse sus medicinas. Y adquirir algunos comestibles. Es dura la realidad de la pobreza extrema.
Antes de llegar, hace 8 años al estacionamiento del Banco de Venezuela, para cuidar los vehículos de los clientes y apelar a la solidaridad de cada uno de ellos de manera voluntaria – a nadie obliga y menos se molesta porque alguien no colabore – Francisco José Rojas trabajo por chance en varias contratistas petroleras entre ellas Flint, SPA, Pride y en Anaco con Espeven, actividad que no pudo continuar cuando las fracturas del coxis volvieron a abrirse como consecuencia de las duras faenas que le toco adelantar en esas empresas. No hubo indemnización alguna y más nunca lo emplearon. El capitalismo salvaje no tiene corazón y mucho menos asumen accidentes laborales de chanceros. No descubrimos el agua tibia, pero el socialismo tampoco tiene ojos para estos casos críticos.
Ahora que el Banco de Venezuela fue adquirido por la revolución, Francisco José Rojas, que cursó estudios hasta cuarto año en el Liceo Revenga cuando estaba ubicado en la 2da. carrera norte, después de concluir su primaria en la Escuela estado Trujillo, tiene la esperanza que los revolucionarios que asumen la gerencia y administración de la entidad bancaria, estudien su caso, pueda tocarles el corazón y hagan buenas las palabras del Presidente Chávez en el sentido de que ahora es una empresa de propiedad social, puedan emplearlo como vigilantes a él y a Otilio, con el salario mínimo, las cestas tickets y algunos otros beneficios sociales, que les sirvan para mejorar su calidad de vida, adquirir las medicinas, alimentarse mejor y puedan salir de la espantosa pobreza critica que dolorosamente comparte con su anciana madre. Los nuevos propietarios del Banco Venezuela deben demostrar con hechos que el capitalismo es la muerte y el socialismo la vida. Un poco de solidaridad y buena voluntad bastan. Amanecerá y veremos.
Estos personajes que cuidan y vigilan vehículos en los estacionamientos de entidades bancarias, centros comerciales, calles y avenidas de la ciudad, prestan una labor silenciosa, pero bien perceptible e importante. Mientras ellos están en su puesto de trabajo, ningún vehículo es víctima del hampa, evitan atracos y robos porque siempre están moscas ante cualquier movimiento extraño. No son oficiales, no portan armas, no ejercen autoridad, sin embargo, son reconocidos, estimados y apreciados por todos los usuarios de esos sitios y aspiran que le gente entienda su difícil situación y colaboren con ellos que también merecen vivir dignamente. Es cuestión de sensibilidad y solidaridad
Mientras a Francisco y su compañero de infortunio Otilio, les llega la solidaridad socialista, nada cuesta desprenderse de unos bolívares, que no empobrecen a nadie, colocarlos en esas manos necesitadas y con esa acción altruista y bondadosa, enriquecernos el espíritu solidario y colocarnos en el camino Dios. ¡Hágalo y verá! La avaricia es un pecado capital. No lo olvidéis.
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