miércoles, enero 20, 2010

La felicidad de los trabajadores petroleros

"El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política"
Simón Bolívar
(15.2.1819)

A finales del año 1936, se inició la primera huelga petrolera en Venezuela, la cual duró 43 días y, a pesar de que fue abortada por un decreto del presidente Eleazar López Contreras, marco el principio del reconocimiento de los derechos de los trabajadores. Fue el acontecimiento más importante de la clase obrera venezolana en el siglo XX. La industria petrolera estaba bajo la égida de empresas trasnacionales. En el año 1948, durante el ejercicio gubernamental de la junta de gobierno que presidió el padre de la democracia don Rómulo Betancourt, se avanzó con el llamado fifty-fifty, que permitió dividir, en partes iguales, las ganancias del negocio petrolero entre el estado y las empresas. La nacionalización del petróleo, en 1975 liderada por el Presidente Carlos Andrés Pérez Rodríguez, fue la culminación de un largo camino de reformas legales y luchas político-sindicales iniciadas en la década de 1920 y en las cuales, los trabajadores petroleros fueron logrando sus reivindicaciones, derechos adquiridos, que ahora la revolución les cercena peligrosamente. No todo lo que brilla es oro en la industria del oro negro.

Ese largo camino de luchas político-sindicales, antes y después de la nacionalización permitieron a los trabajadores petroleros hasta el año 1998, cuando asumió un gobierno “revolucionario” disfrutar de la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor estabilidad política-laboral. Los trabajadores tenían su propia federación de trabajadores – que con todos los defectos que puedan endilgárseles – estaba a favor incondicional de los trabajadores y nunca al servicio de las empresas y mucho menos del gobierno de turno. Era un instrumento de lucha útil y respetable en el cual los trabajadores de la industria se sentían representados y seguros de contar con un liderazgo identificado y combativo en las luchas por sus reivindicaciones y estabilidad laboral. Eran tiempos de libertad sindical.

Cuando la industria estuvo en manos de las trasnacionales y desde el 1975 ya nacionalizada, los trabajadores disfrutaron de un buen comisariato – hoy convertidos en súper mercales que ofertan muy pocos rubros y bajo inmensas colas – un sistema de salud para ellos y sus familiares óptimo, el hospital de San Tomé siempre impecable, era el mejor de todo el Oriente del país y les prestaba atención médica preventiva – incluía todas las vacunas – curativa, hospitalización, maternidad, servicio de ambulancia terrestre y aérea, cuando no había cama, alquilaba habitaciones en lujosos hoteles para mantener pacientes antes de las intervenciones quirúrgicas y el stock de medicinas que entregaban gratuitamente, era abundante. Les proveían de una vivienda con todos los servicios y mantenimiento gratuito y los que no vivían en los campos petroleros, les cancelaban una compensación conocida como “ayuda de ciudad” Los campos petroleros lucían bellos, limpios y acogedores. Disfrutaban, como hasta ahora, de una educación para sus descendientes de óptima calidad, lo educadores – antes – eran clasificados y ascendidos por méritos y su calificación profesional, lo que los obligaba a permanecer en constante mejoramiento profesional. La competencia por ser el mejor tenía su recompensa. La excelencia era orgullo del capital humano de la empresa. Una verdad indiscutible.

Los trabajadores gozaban estabilidad laboral, no importaba su filiación política, religiosa e incluso inclinación sexual, les dictaban cursos de perfeccionamiento y mejoramiento permanentemente, el sueldo era el mejor de toda la industria nacional, les reconocían tiempo de viaje, bono nocturno, sobretiempo, les suministraban las comidas y aparte, le cancelaban una bonificación por ese mismo concepto, los pagos eran puntuales, se recreaban y practicaban el deporte de su preferencia en excelentes canchas y campos deportivos, los mejores de la región y podían divertirse con sus familias en los selectos clubes sociales que la empresa mantenía al servicio exclusivo de sus trabajadores. Conquistaron un convenio de caja de ahorro que invitaba y hasta obligaba al ahorro, también lograron en el contrato colectivo que la compañía se obligara al otorgamiento de créditos para vivienda, mejoramiento de vivienda, adquisición de vehículos, adquirir de manera preferente los vehículos desincorporados por depreciación – hoy los regalan a Cuba - nadie los obligó a colocarse una franela roja, asistir a los actos políticos obligatoriamente y menos corear consignas políticas y, para coronar la felicidad, las utilidades era cancelada totalmente en la fecha convenida. Había respeto por el trabajador y la contratación colectiva. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

Otra cuestión que consolidaba el prestigio de la industria petrolera, antes y después de la nacionalización, era que proveedores, contratistas y compromisos con particulares, dueños de fincas o cualquier otro acreedor, sus cuentas les eran canceladas puntualmente y con un máximo de retraso, en casos extremos, de 45 días. Incluso, durante el gobierno del Dr. Rafael Caldera Rodríguez, cuando el precio del petróleo bajo a 7 dólares el barril, la industria mantuvo sus standards. Ahora, en estos 11 años de revolución, que PDVSA es de todos, acérquese a un trabajador petrolero, para que vea el llanto y de los contratistas y proveedores, ni se diga. Todos ellos, los que no han desparecido, están al borde de la quiebra. Es la triste realidad. Con la verdad ni ofendo, ni temo.

Ningún tiempo pasado fue mejor, dicen nuestros abuelos, pero en el caso de los trabajadores petroleros, bien vale la pena reconsiderar esa sabia sentencia. Todos los trabajadores, los jubilados, los activos y hasta los víctimas del genocidio laboral, a los cuales les robaron todos sus beneficios económicos, y “sus” reales de la caja de ahorro y prestaciones sociales, coinciden que con esta administración a la industria petrolera se la fue “El chivo en gas”, las conquistas laborales las han liquidado y la nueva federación sindical, está de rodillas ante el autócrata-bolivarista, que por añadidura, es el patrón más antiobrero de la historia patria. Los hechos y las realidades lo demuestran con creces y están a la vista. Compare y juzgue. ¿Quién o quienes leyeron e interpretaron mejor el pensamiento del Libertador que utilizamos como epígrafe para ilustrar este destello de la memoria? Las trasnacionales, los gobiernos de la vituperada IV república o esta robolución. ¿Cuándo fueron más felices, estables y disfrutaron de más beneficios sociales, económicos, educativos y de salud los trabajadores petroleros? Mis desocupados lectores, tienen la palabra.





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