domingo, enero 10, 2010

Personajes de mi pueblo: Eduardo Arcia

La memoria es el centinela del cerebro
William Shakespeare (1564-1616)
Poeta y autor teatral inglés.

En la década de los años 20 y hasta bien entrado los años 80, hubo un tipo de comerciantes informales, que se caracterizaban por llevar la mercancía en adecuados cajones que instalaban a camiones y pick up, hasta la puerta de la casa del consumidor. Este tipo de mercaderes fueron conocidos y si todavía existen en las zonas rurales, como Bongueros. Don Eduardo Arcia, más 6 hermanos, son hijos de uno de estos abnegados trabajadores el cual viajaba constantemente en un camión 350, acompañado por 3 ayudantes desde Barcelona hasta Ciudad Bolívar. Llevaba pescado salado, lo vendía y compraba los productos típicos guayaneses que revendía en la capital de nuestro estado. En esa época funcionaba hasta el trueque, el cambalache y la permuta. Fueron los tiempos bucólicos de Venezuela.

Eleuterio Arcia dedicó buena parte de su vida a la actividad comercial como bonguero, tenía su residencia en Barcelona junto a sus esposa María Josefa de Arcia, en uno de sus permanentes viajes a la capital del estado Bolívar en el año 32, observó un gran movimiento de equipos y personas en la sabana, se percató que llegaba la prometedora industria petrolera, suceso que lo entusiasmó, llegó a casa, convenció a la familia, se vino hasta el incipiente pueblo y en su rol de comerciante construyó su rudimentarias vivienda en la parte sur de lo que hoy se conoce como la plaza Simón Rodríguez ubicada en el corazón de Casco Viejo y que antes fue la primera plaza Bolívar de la ciudad. En las primeras del cambio le fue muy bien, lo que le permitió construir 2 viviendas más a los lados de la primigenia, llegando incluso a alquilar una de ellas al gobierno para que instalará la primera delegación de la policía de la época gomecista. Llegaron a El Tigre los llamados chopo e’ piedra.

Nuestro personaje Eduardo Arcia, hijo de este pionero de la ciudad, había nacido en Barcelona el 01 de abril de 1929 y lo trajeron a los 3 años de edad a esta inhóspita y agreste área dónde se fecundaba el embrión de lo que con el tiempo se convirtió en esta gran ciudad. Es indiscutible que se crió, creció, se desarrolló, maduro y consolidó su personalidad de hombre de bien, al mismo tiempo y ritmo del incipiente pueblito que lo acogió en su seno. Recibió sus primeras letras de la mano de un amigo del padre que se ofreció voluntariamente para enseñar a leer y escribir a unos pocos niños de la época. Un poco más tarde en la calle Héctor Villegas un maestro de apellido Salazar, formalizó una escuelita dónde asistían muchos más niños y luego, otro maestro de apellido Risquez, instaló otro colegiecito en la Calle Bolívar – antigua Cantaura – frente a lo que fue posteriormente la Impresora El Tigre de don Mauro Barrios que provenía de Ciudad Bolívar, a la sazón, otro de los primeros pobladores del pueblo. Eran tiempos de calles polvorientas y ausencia de servicios públicos.

Finalizando el año 44 el señor Eduardo Arcia, concluyó su primaria en la primera y recién inaugurada escuela José Manuel Cova Maza, que inició actividades académicas en la calle Sucre, exactamente en la parte trasera de lo que fue el cine Principal y posteriormente el Teatro Maroní. Marchó a Caracas dónde obtuvo el grado de Técnico Mercantil – 2 años – con la intención de dedicarse al comercio tal como su padre. En el año 47, durante unas vacaciones volvió al pueblo y conoció a la joven Juana Somoza que llegó desde su pueblo natal Upata dónde había nacido el 07 de febrero de 1932, al entierro de un familiar. ¡Quedaron flechados! y el 19 de enero de año 48 – hace 62 años – contrajeron nupcias, se olvidó del comercio, buscó empleo en la petrolera, lo obtuvo en Mene Grande Oil Company como probador de pozo, le cedieron una vivienda en Campo Oficina, por dos años lo enviaron a Buenavista, allí vivió en el campo de la Creole, regresó a El Tigre y en su empeño por tener vivienda propia, le compró una casa en la avenida Apure a don Luís Hernández por Bs. 15.000, la acondicionó, amplió y fijó su residencia hasta el día de hoy junto a su esposa. Desde el año 88 está jubilado de la Industria Petrolera con el rango de Supervisor de área y continúa felizmente casado con Juanita como la llama cariñosamente. Bodas de platino.

Don Eduardo Arcia ejemplar padre de familia, responsable trabajador que procreó con su distinguida y amada esposa Juanita – con la cual aparece en la gráfica – 5 hijas: Argelia Josefina (+) Maritza del Valle, Mirna Coromoto, Magalis del Carmen y Jenny María que le han regalado la dicha de disfrutar – por ahora – de 9 nietos que renuevan constantemente la alegría del hogar, recuerda como una gran enseñanza de su padre, que cuando instalaron la primera pantalla para proyectar películas del cine mudo, ubicada exactamente, frente al edificio que hoy ocupa el partido COPEI en la calle Ricaurte y que después fue el primer cine formal – Cinelandia – cuando le pedía dinero para pagar la entrada, se la negaba con el argumento de que primero tenía que aprender a leer para poder entender las películas que poseían subtítulos muy rápidos. “Ese interés por asistir a los cines me obligó a asistir a todas las escuelas que instalaban en el pequeño pueblo”. Querer es poder.

Otro hecho curioso que nunca olvida es que, dónde hoy está ubicada nuestra majestuosa Plaza Bolívar, era un terreno abierto el cual utilizaban para jugar béisbol y otros deportes, los jóvenes del momento entre los que recuerda a Horacio Trujillo, Octavio Laurent el popular “Centavito” y ahora llamado cariñosamente “Cucaracho” Ángel Horacio Aponte, Francisco Quijada, Tobías Scribani, los hermanos Muñoz, Alirio, Ramón y Enis, Ramón Antonio Vielma, Benito “El flaco” Villasana que instaló luego la renombrada Gestoría Villalta y Vicente Villasana que posteriormente contrajo nupcias con la prestigiosa maestra, luchadora social y columnista del Diario Antorcha, Hilda Conde, un día llegó la primera avioneta de los americanos y la amarraron en ese lugar y les obstaculizó por un tiempo utilizar ese espacio para continuar sus practicas deportivas. En verdad era una avioneta y estaba amarrada porque las corrientes de aire eran muy fuertes y podían llevársela. Una novedad que deslumbró a los jóvenes nativos.

Muchas anécdotas y vivencias continúan vivitas en la prodigiosa memoria de don Eduardo Arcia, las cuales por razones de espacio, nos es imposible relatar, sin embargo, intentamos recoger en esta corta crónica las que consideramos más relevantes y lo hacemos con la intención de acrisolar nuestra memoria histórica, dejar constancia de que, si bien es cierto que la ciudad no tuvo una fundación formal, no es menos cierto que, si existieron y existen los que fueron sus primeros pobladores los cuales podemos considerar cómo fundadores y que con su memoria son centinelas de esa realidad pasada. Los falsificadores de nuestra historia, que es muy reciente, entonces, deberían tener cuidado.

También aspiramos que este destellos de la memoria, pueda servir de referencia a nuestros eximios cronistas e historiadores de la ciudad cuando escriban nuestra verdadera y autentica historia local. Es un humilde granito de arena.



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