jueves, abril 22, 2010

Personajes de mi pueblo: Antonio “Pega” Marín

Debemos aborrecer los vicios, no las personas
Francisco De Quevedo (1580-1645)
Escritor español.

Antonio Marín es un personaje que regularmente deambula por la avenida Rotaria y desde muy temprano en la mañana, se hace presente en los concurridos kioscos, que están ubicados frente a la estación de servicio “La confianza”. Este hombre, vive la tragedia de un estado, que históricamente no ha tenido, ni tiene una política social dirigida a la rehabilitación de los indigentes. Un botón de muestra: nuestra ciudad dónde pululan por todas partes. Estamos a punto de entrar en la era espacial, según anuncia el Presidente, en una declaración conjunta con el Primer Ministro ruso y, pareciera, no hay preocupación por nuestros connacionales que requieren un mínimo de atención para curarlos, restablecerlos e incorporarlos a la vida productiva. Un gobierno rico, una población depauperada.

Nuestro personaje, es un huele pega, que por efectos de la deficiente alimentación y la intoxicación que le produce la inhalación del fuerte toxico que desprende la gasolina, la pega u otra sustancia que utiliza para estimularse o drogarse, algunas veces se pone agresivo. Ese nocivo vicio le debe irritar el cerebro. Empero, regularmente, como lo confiesa la administradora del kiosco “Jeyxi”, que tiene como epígrafe en la portezuela de entrada. (El sentimiento más vil “Es la envidia”), la simpática, atenta y amable Xiorelia Medina, este hombre, tiene muchos destellos de lucidez y algunas veces les es útil para hacer algunos mandaditos y, de cuando en vez, le echa sus atacaditas a las lindas chicas que atienden los kioscos y hasta a las que frecuentan el lugar para desayunar, jugar sus loterías o adquirir los diarios. Obvio, todos lo rechazan por el aspecto que presenta con sus indecorosas vestimentas y sus toscos modales. Los golpes de la pobreza y el abandono lo hacen repulsivo e inaceptable.

La amiga Xiorelia Medina, que se confiesa soltera y sin compromiso, pero que tiene una legión de aspirantes, todos de la tercera edad, liderados por Jesús “Chungo” Abreu, conoce muy bien al personaje y dice: tiene la manía de agarrar tierra en los zapatos y cuando algún descuidado transeúnte esta a su alcance, le lanza un poco de la tierrita y se retira apuradito, también escribe mensajes en los vidrios de los vehículos alusivos a su tiempo en el servicio Militar Obligatorio, nombre de personas que recuerda y, algunos románticos, dirigidos a algunas chicas de las que atienden los kioscos. Una curiosidad: algunas veces los escribe al revés, lo que indica que tiene perfecto dominio de la composición gramatical de las palabras que utiliza. El huele pega Antonio Marín, es una persona que algunos ven como un loco, que es medio loco por efectos de los tóxicos que inhala y, que con un buen tratamiento, puede ser recuperado y puesto al servicio productivo de la patria. El estado venezolano, tiene la primera y última palabra.

En estos destellos nos ocupamos de estos indigentes, con la sana intención de llamar la atención de las autoridades competentes, a los efectos, de que dirijan su mirada a los problemas sociales cotidianos, abandonen por un momento la grandilocuencia de sus proyectos y se ocupen del activo más importante que tiene el país como es su recurso humano. “La patria es el hombre” Alí Primera dixit. Y uno puede adicionar “todos” los hombres. Mientras tanto, el popular PEGA, continuará deambulando por las calles de la ciudad oliendo pega, gasolina u otra sustancia tóxica que le vaya mermando sus condiciones físicas hasta que muera de mengua. Una tragedia, indiscutiblemente, que se puede evitar.

En todo caso, es un personaje de nuestro pueblo, que deben tomar en cuenta los eximios cronistas e historiadores de nuestra población, cuando escriban la historia menuda de la ciudad. Nosotros colocamos nuestro granito de arena para que no pasen desapercibidos. Antonio “Pega” Marín es recuperable. Es cuestión de que, alguna autoridad, lo intente. Eso son nuestros indigentes, vamos a trabajar para salvarlos. Asesinarlos, botarlos a media noche en carreteras lejanas u obligarlos a trabajar bajo terror y entregándoles estupefacientes en compensación cómo hacían hasta hace poco, es una acción propia de un desquiciado mental. El que aborrece a sus semejantes, máxime si posee vicios peores, no puede llamarse, ni tenerse como ser humano. Llegó la hora de la sensibilidad social. Manos a la obra.



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